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La crónica es el sueño de los héroes: Pasada la epopeya de los fortines -del indio malicioso, ya sosegado, de la "pampa bárbara", hoy convertida en Nación la pluma del comandante Prado realiza no sin fervor, la minuciosa reseña de aquel padecimiento y este olvido. Con sólo la pasión y la obediencia se guardan las fronteras cristianas.\nEl soldado que integra la tropa es más propicio a las fechorías del coraje que a meterse a redentor. La muerte es la única compañía que comparte con sus superiores; ella no retrocede, ni ante los galones de los oficiales ni ante los coloridos plumajes del cacicazgo; es fácil encontrarla colgando en el extremo de un palo por una falta casi trivial, por descoyuntamiento en las estacas luego de un intento de deserción, en las pústulas de la viruela o en la astuta lanza de Pincén. Y, de espaldas a ella, el ingenio del cadete para proveerse de alimento, la apuesta risueña contraponiéndose a la penuria y al espanto, los numerosos rasgos de valor de un grupo de hombres que, aunque estragado, es capaz de saludar la naturaleza con salvas, a la salida y a la puesta del sol. El comandante Prado, que no desconoce el oficio del escritor, enhebra un relato de hondo dramatismo pero dotado de la objetividad necesaria que el rigor de todo documento histórico exige; urde, sin los ornamentos propios de la prosa de su época, que en este caso hubieran resultado meramente encubridores, un testimonio sobre las luchas de los hombres en la formación de las paradójicas fronteras internas de la Patria.

La guerra al malon - Comandante Prado

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La crónica es el sueño de los héroes: Pasada la epopeya de los fortines -del indio malicioso, ya sosegado, de la "pampa bárbara", hoy convertida en Nación la pluma del comandante Prado realiza no sin fervor, la minuciosa reseña de aquel padecimiento y este olvido. Con sólo la pasión y la obediencia se guardan las fronteras cristianas.\nEl soldado que integra la tropa es más propicio a las fechorías del coraje que a meterse a redentor. La muerte es la única compañía que comparte con sus superiores; ella no retrocede, ni ante los galones de los oficiales ni ante los coloridos plumajes del cacicazgo; es fácil encontrarla colgando en el extremo de un palo por una falta casi trivial, por descoyuntamiento en las estacas luego de un intento de deserción, en las pústulas de la viruela o en la astuta lanza de Pincén. Y, de espaldas a ella, el ingenio del cadete para proveerse de alimento, la apuesta risueña contraponiéndose a la penuria y al espanto, los numerosos rasgos de valor de un grupo de hombres que, aunque estragado, es capaz de saludar la naturaleza con salvas, a la salida y a la puesta del sol. El comandante Prado, que no desconoce el oficio del escritor, enhebra un relato de hondo dramatismo pero dotado de la objetividad necesaria que el rigor de todo documento histórico exige; urde, sin los ornamentos propios de la prosa de su época, que en este caso hubieran resultado meramente encubridores, un testimonio sobre las luchas de los hombres en la formación de las paradójicas fronteras internas de la Patria.

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